Para los ch’oles es muy importante marcar la diferencia entre winik y kaxlan. Por principio, ellos llaman winik al varón y xixik a la mujer; el término ch’ol lo emplean para nombrar su lengua y como gentilicio, a fin de distinguirse étnicamente de otros grupos indígenas, y también porque en la sociedad nacional se reconocen como “choles”. En un sentido inclusivo, los ch’oles se llaman a sí mismos Winikon bä lojon y a sus congéneres indígenas, winik, o sea, gente, personas, hombres (originarios, legítimos). Para los ch’oles, la alteridad fundamental es el “castellano”, el extranjero, el kaxlan. Aquí debe señalarse que kaxlan no es sinónimo de ladino, sino que abarca una alteridad cultural más amplia. Asimismo, existen distintos nominativos para los ch’oles de otras localidades, por ejemplo, los de Tumbalá se autodenominan y son reconocidos como Xk’ukwits (los el cerro del quetzal), a los de Tila se les llama Ajlumob (señores de la tierra) y a los de El Limar, Otulob. En el discurso ch’ol, winik refiere a “nosotros”, un nosotros indígena que ha tenido como contraparte al kaxlan, es decir, los ladinos, los finqueros, la Iglesia, el Gobierno. En este esquema dicotómico, winik es el personaje central, aquel que representa al hombre indígena, quien una vez fue esclavo, luchó, se liberó, y ahora enfrenta nuevas adversidades. Es un concepto vinculado a la vida en el campo, al trabajo agrícola, a una forma de vida campesina y a un pensamiento ético y moral. Winik es el hombre originario de la tierra, el labrador, es el verdadero trabajador en cuanto productor de los alimentos que consume su propia gente. Esto contrasta con los kaxlanes que “no trabajan”, no producen alimentos, son los que viven del trabajo de los winik. A inicios del siglo xx, la sociedad dominante cafetalera percibía a los ch’oles sólo como indios o mozos, categoría que llevaba implícito un lugar de subyugación. En la actualidad, los jóvenes indígenas identifican el sentido discriminatorio y opinan que indio se refiere a gente del pasado, como los aztecas, en tanto que mozo a una categoría (también del pasado) opuesta a campesino o ejidatario. Por otro lado, algunos rechazan un reconocimiento como campesinos, pues esto implica ser ubicado en una condición marginal. En el contexto del actual movimiento zapatista, en lo que algunos científicos sociales han llamado el “fenómeno Marcos”, muchos más jóvenes se identifican hoy como indígenas, dándole a este término una valoración positiva, a diferencia de sus antecesores. La oposición al otro enemigo ha sido una matriz fundamental en la construcción de las identidades étnicas. Kaxlan es la contraparte winik, es su referente primordial de identidad, con quien el indígena ha mantenido las relaciones más intensas y conflictivas a lo largo del tiempo. En ese ambiente de tensiones interétnicas, los kaxlanes suelen opinar que “los indios son un obstáculo” porque no aceptan las ideas modernas y el progreso, mientras los ch’oles miran a aquéllos como gente artificiosa, con riqueza y con poder, pero ladrones y ma- ñosos. No es de extrañar entonces que a un kaxlan desconocido lo vean con desconfianza. Por lo general existe una resistencia étnica hacia lo kaxlan. En Tumbalá, al igual que en otros pueblos indígenas de Chiapas que fueron predominantemente indígenas con anterioridad al auge cafetalero, hay una tendencia hacia la expulsión kaxlana y una recuperación de las tierras. Esto no ocurre en otros lugares, como Salto de Agua y Palenque, donde prevalece el dominio de los kaxlanes y donde los procesos de aculturación son más fuertes.
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